Pocos se dan cuenta. Los que lo saben, lo negarían. Pero todos la llevamos, atada a la espalda, como una joroba inseparable. Souvenir que trajimos con nosotros del viaje de 9 meses en el útero materno, es la primera que nos felicita cuando salimos bien en un exámen. La primera en reírse con ese chiste, que nos salió increíble. La que nos avisa, después del rato ante el espejo buscando el look, cuando ya es suficiente. La que nos dice "no es para tanto" después de un faux pas, de los que tenemos ya una colección de todos los colores: desde la mala palabra que se nos salió enfrente de los suegros al eructo escapado en una exposición; desde un día de la Madre olvidado a la carcajada con la que nos lucimos en un funeral silencioso.
Me refiero a la que no se rie cuando nos caímos enfrente de todos, esa amiga increíble enfrente de la que no nos importa ensayar caras en el espejo, cantar fuerte en la ducha o flexionar los brazos para ver si los días de gimnasio finalmente están rindiéndo frutos... Cuando decimos que no la tenemos, es en realidad ella quien habla por nosotros; los que padecen de la anormalidad del bajo autoestima no tienen más que una sobredosis de ella. Estoy hablando de ese gusanito de la vanidad, que corroe hasta al más fuerte.
Y hablo de ella sin reprocharle nada, pues no es más que producto de la biología. Es lo más sensato que el amor más grande del ser humano sea sí mismo, si no ha hecho más que velar por su bienestar desde los primeros lloriqueos estridentes con los que inauguró su venida al mundo. Además, es bien sabido que de la costumbre nace el amor, y a fuerza de vivir con uno mismo día tras día... pues uno se llega a enamorar. Y es sano, ya que si no fuera por el amor propio, la gente saldría a la calle sin bañarse, manejaríamos todos a lo loco, no existirían los espejos y perderíamos la dignidad más de lo necesario haciendo ridículos astrales (claro, siempre hay excepciones). Sin el amor al yo, no habría ni mundiales ni Olimpíadas; ni spelling-bees ni concursos de belleza.
No habrían dedicado los griegos cantos míticos en su honor (I'm looking at you, Narcisus!), y a Dante le habría faltado un círculo en su infierno... No habrían caminado en la literatura ni Becky Sharp ni Dorian Grey, y Hollywood padecería la falta de Holly Golightly, James Bond y Johnny Bravo. La canción de Shakira se quedaría en blanco en la parte de "Siempre supe que es mejor, cuando hay que hablar de dos, empezar por uno mismo"...
No me malinterprete el lector. No pretendo levantarle un monumento a la vanidad y a su hermano gemelo el egoísmo. Simplemente resalto su constante presencia en nuestras vidas, ya sea como medio para hacernoslas más felices o como fin, para volvernos cada vez menos humanos. A pesar de su obvia utilidad biológica, se vuelve un problema cuando la dejamos dominar lo que somos. Simplifiquemoslo así: no nos deprimiríamos con tanta frecuencia si no pensaramos tanto en nosotros mismos. Por algo lo dijo mejor que yo don Satanás, por medio de las palabras que puso en su boca magistralmente Al Pacino:
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