Esta semana descubrí por qué la presidencia de la República es un puesto tan cotizado. Talvéz no me crea el lector, pero las razones van más allá que los obvios perks que vienen con el puesto: lo que inspira tantos deseos y sueños de poder no es ni el Mercedes azúl seguido por la comitiva pro-gasto-de-gasolina integrada por Suburbans, patrullas y motos policiales; ni los viajes por el mundo; ni las fotos de portada; ni el mando de las Fuerzas Armadas; ni los contenidos de "la partida secreta"; ni siquiera la fama, mayor que la de cualquier pareja de Bailando por un Sueño...
Los motivos para aspirar a este suculento platillo van más allá que el simple patriotismo, idealismo o ideología. He descubierto que lo que más pasiones despierta por la posición, es que la silla presidencial de El Salvador, vuelve al respetable trasero que la ocupa, OMNIPOTENTE. Si, ha leído bien el lector. Estar a la cabeza del Órgano Ejecutivo en este país, es mejor que ser mordido por una araña radioactiva; quien resulta electo democráticamente por el votante salvadoreño se vuelve un ser super poderoso, a quien la Kryptonita le da risa, y está por encima de los carros invisibles, los trajes de látex y demás estupideces.
Mi descubrimiento fue despertado por las afirmaciones que he oído hacer a dos de los candidatos a la presidencia, que en estas rondas electorales primitivas, práctican el deporte de hablar full time. Resulta que el señor Funes, de llegar a la codiciada posición, "no pemitirá" que ningún medio se exprese mal ni de su persona, ni del partido con el que después de coquetear tantos años, ha finalmente comenzado un love affair. Impresionante poder, ya que para un simple mortal, el poder editar o decidir lo que se publica en los medios, solo puede conseguirse mediante la modificación del art. 6 de la Constitución donde se consagra la libertad de palabra, cosa que solo puede hacerse con 2 asambleas legislativas, que se eligen cada 3 años... en pocas palabras, no en un mismo período presidencial. También el regalar subsidios, dar educación gratis a más personas, los combustibles baratos y a manos llenas, todo ello sin subir impuestos y sin molestar al pobre contribuyente, son solo un ejemplo de la gama de capacidades que trae el cargo.
Pero la magia continúa. El señor Ávila hará uso de sus poderes invencibles dotando a cada escuela de computadoras con internet, salvando al país de la crisis alimenticia, inyectando a la sociedad corrompida con valores (porque obviamente las prioridades del momento son que el salvadoreño sea solidario, amistoso y honesto, y no que tenga seguridad, empleo y comida), todo ello sin aumentar la deuda externa, y claro, sin subir impuestos tampoco. La cherry del sundae la pone con la promesa de repartir amablemente green cards a algunos de nuestros hermanos en el Norte, porque claro, quien ostenta la Presidencia de El Salvador se vuelve más poderoso que la Condi.
Como se ve, el puesto de presidente presenta posibilidades ilimitadas. O, ¿no será más bien, que es la posición de candidato la que da el poder de prometer el alcance de mil cosas, pero sin nunca decir cómo? Mientras no haya llegado a una conclusión definitiva, creo que yo también quiero ser presidente.

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