Oct 14, 2008

Good Morning, San Salvador

Es un hecho que, en la ensalada de colores y sabores que es la raza humana, hay gente de todo tipo. Sin embargo, la mayoría coincidiremos en el hecho de que todos, en grado mayor o menor, tenemos nuestra vena sensible que nos salta de vez en cuando, ya sea viendo alguna película cursi o tratándo de escribir poesía. La mayoría, tratamos de mantenerla escondida y al márgen, para que no se nos salga como un payaso de resorte en una caja de sorpresas. Quizá porque tememos al ridículo. O porque no consideramos nuestros talentos sensibles a la altura de la evaluación del público. O porque se nos rompe nuestra careta, de ser humano del siglo 21, globalizado, tecnológico, apurado, y quebrado, cortesía de la crisis financiera y del subprime mortgage, por supuesto.


Sea por la razón que sea, no es frecuente encontrar personas que no temen mostrar su sensibilidad, y menos frecuente aún, es encontrar a algúnos que no sólo la sacan sino que además la ondean con orgullo y naturalidad, como bandera de arcoiris en un desfile gay. Tuve el placer de romper la rutina, ser sorprendida y eventualmente, quitarme la careta, al encontrar a una de estas personas. Con palabras sencillas y honestidad que tenía años de no ver (¿o quizá he pasado demasiado pendiente de la política?), leyó en voz alta lo que para él era un amanecer en un San Salvador dormido. Pero no sólo se despertaba la ciudad. Se despertaba el alma.


Me recordó, que detrás de mi capa de cinismo (y después de la de sarcasmo, y un poco más abajo de la de pesimismo e ironía), se encuentra una persona a la que le encantan los atardeceres. Que disfruta de hacer collages, pero no por coleccionar souvenirs, sino para coleccionar recuerdos. Que espera 45 minutos en la misma posición con tal de tomar una buena foto. Que adora ver las estrellas. Que llora con ciertas pinturas de Chagall y con un par de Van Goghs. Que quiere que la princesa viva feliz para siempre. Que llora siempre, y sin excepción, cada vez que oye esta canción (y se pregunta también siempre, cómo es que hordas de adultos infelices no han demandado a Cri-Cri por daños morales y traumas de autoestima). Que no ha perdido la fe, y que a veces cree en el amor. Que ha leído mil veces El Principito. Que se sabe demasiados poemas de memoria. Que ha visto Casablanca y Gone with the Wind más que SuperBad o Star Wars. Que quiere en un mundo mejor. Que haría cualquier cosa por sus amigos. Que le cuenta cuentos a sus sobrinitos. Que se emociona cuando canta el himno. Que se rehusaba a dejar de creer en Santa. Que quiere que algún día se alcance la paz a través del derecho internacional o a pesar de él. Que quiere que los políticos sean patriotas y que los patriotas no se metan en política. Que lloró cuando liberaron a Ingrid Betancourt. Que se la pasa increíble con su familia, y que cuando sea grande quiere ser como sus hermanos. Que quiere que alguien la quiera algún día como se quieren sus papás....


Me recordó que, a pesar de la aversión que algunos tenemos contra lo cursi, todos venimos con un corazoncito pulsante desde la fábrica. Y que a veces, no podemos evitar que se nos salga del pecho... cuando oímos un escrito, un poema, o vemos despertarse a San Salvador.

(Foto de un amanecer increíble en San Salvador, tomada por una persona increíble. Gracias!)

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